Es uno de los debates más manidos del baloncesto actual en España y la rutina habitual en la NBA: la ACB debe renovarse y evolucionar para poder ser próspera en interés de sí misma, de sus miembros y, obviamente, de sus espectadores.
Ya la semana pasada tratamos sobre la nefasta propuesta, a nuestro juicio, de eliminar los Play Off que más que responder a los intereses de todos los clubes o espectadores, parece responder a los de unos clubes muy concretos. Pero que no nos guste ésta propuesta en concreto, no quiere decir que no pueda gustarnos otras por el bien de la competición.
No voy a entrar, de nuevo, en que la primera medida sería la equiparación presupuestaria de los clubs con la fórmula que sea más adecuada, pues ya hemos hablado de esto, sin exagerar, en varios millones de post. Por tanto, una vez dado por mentado este cambio, entremos en otros más jugosos.
Debemos preguntarnos ¿el aficionado medio de baloncesto europeo vería un partido de ACB el que no jugara su equipo (el de su región o al que “anima”) y que tampoco sea de uno de los llamados grandes? Tú mismo que estás leyendo este post ¿verías un Fuenlabrada – Obradoiro, de liga regular por poner un ejemplo random, si no fueras aficionado a alguno de esos dos equipos[i]? La respuesta más probable sea que no, ver partidos que no te toquen especialmente es café para los muy cafeteros.
Está claro que un objetivo clave para la ACB y el baloncesto FIBA en general es hacer que sus partidos sean lo más espectaculares y divertidos posible. En los últimos años se han hecho muchos esfuerzos en mejorar, curiosamente, la parte más cara de la ecuación: la calidad de las retrasmisiones televisivas, la espectacularidad de los elementos accesorios a los partidos (presentación de equipos, entrevistas, reportajes, seguimiento en redes, etc), los pabellones, la infraestructura en general, pero todo esto no parece suficiente.
En cambio, los esfuerzos por mejorar la espectacularidad acudiendo a la raíz del problema apenas se han tanteado. El reglamento debería ser sometido a una revisión con poco espíritu purista y más atención a los factores divertidos del juego. Véase un ejemplo cristalino: sin siquiera cambiar el reglamento, sino simplemente modificando el nivel de atención a las faltas antideportivas en contraataque hemos logrado mejorar mucho ¿por qué quedarse ahí?
Tanto ACB como las competiciones ULEB[ii] no tienen el menor problema en desafiar a la FIBA para establecer sus competiciones e intereses, por lo tanto, no debería ser tan problemático adaptar un reglamento a las necesidades de nuestra liga. De hecho, muy probablemente, la FIBA terminaría pasando por el aro (tal vez sin tocar la red) y universalizando las propuestas que estas ligas hicieran.
Tenemos un gran espejo en el que mirarnos, la NBA, donde aprender que cosas “molan” y cuáles no. Ampliar las medidas de la cancha (cantidad de puntos perdidos por pisar la línea lateral junto a la zona de tres que han ido al limbo para no volver) y de la propia línea de tres (más espacio dificulta la defensa y crea hueco en la zona) revisar la regla de pasos (esos reversos tan vistosos y que parecen haber sido proscritos) y tantas cosas más.
En algún caso, tal vez bastaría con aplicar más rigurosamente las reglas, por ejemplo, controlar la cantidad de faltas que se le hacen a los tiradores sin ser pitadas, facilitando que puedan anotar más, desterrar para siempre jamás la odiosa flechita cuando se pita “lucha”. Hay que estar abiertos a otras modificaciones para acelerar el juego o abrir nuevas opciones de ataque.
Un reset mental de vez en cuando no le viene mal a nadie ni a nada. Probablemente seríamos los primeros en poner el grito en el cielo con alguna norma, pero si es por el bien del espectáculo y funciona terminaremos por adaptarnos. La única premisa innegociable es que los cambios busquen equilibrar la competición y mejorar el espectáculo, no servir a los peces más gordos para que su vida sea aún más feliz y gratificante.