Con la cabeza puesta en mañana, en el momento de poner rumbo al Gran Canaria Arena llenos de nervios e ilusión para vivir una semifinal aliñada con mucha épica de remontada, tenemos los ojos puestos en otros lugares.
Por un lado vemos como la asamblea de la ACB acepta la propuesta de competición de clubes internacionales que privilegia a tres equipos respecto al resto, más allá de cualquier resultado deportivo. Nos queda una sensación de profunda incomprensión y una pregunta (de la que reflexionaremos en próximos post) ¿Por qué los otros 15 clubes aceptan una propuesta que les perjudica y condena a la insolvencia?
Pero mis ojos se fijan más en un hecho que soy incapaz de comprender y que me preocupa que sea contagioso. Informándome, con algún tipo de detalle, de los resultados de la jornada ACB que dejamos atrás me entero que tras la derrota del Valencia Basket contra el Baloncesto Sevilla y, quince días antes, en la derrota de los valencianos versus el Estudiantes, su afición tuvo a bien silbar a su equipo.
La afición valenciana siempre ha sido “exigente” por decirlo de algún modo elegante. En muchas ocasiones han metido más presión que apoyo a sus clubes (no sólo en baloncesto). Pero me parece especialmente incomprensible que sean capaces de abuchear a su equipo tras el “temporadón” que está haciendo.
¿La humildad ha desaparecido por completo? No nos deberíamos contagiar por ese defecto de la prensa deportiva-futbolera. Competir en una liga como la ACB es muy complicado, hasta el equipo más humilde tiene jugarazos de gran nivel. El GBC, último clasificado, tiene jugadores de garra como Llompart, Txemi Urtasun, David Doblas, Landry o Grimau. El Estu tiene a Nacho Martín, Javi Salgado, Xavi Rey o Hernángomez. ¿Acaso creemos que no saben jugar a esto?
Cualquier equipo puede ganar a cualquiera. Sólo hace falta un día inspirado o justo lo contrario, para que se dé un resultado “imprevisible”. Perder de vista que esto es un deporte, hecho espectáculo, pero un deporte es un enorme error. Una vez sobre la cancha no hay sueldos, ni palmarés, ni fama: sólo hay personas que compiten y eso siempre es imprevisible.
Perder la humildad, creernos más que nadie, es un terrible peligro que corremos ahora que nos van mejor las cosas. Pensar que por ser el Granca ya debemos ganar irremediablemente a quien sea es un error de orgullo mal entendido que nos puede llevar, no sólo a grandes disgustos, sino a ser injustos con nuestro equipo y ser una mala afición.
Al equipo se le anima siempre, se le apoya y se le agradece el esfuerzo. Y si durante una gran temporada se tiene un bache, por profundo que este sea, se les aplaude y anima a salir de ese hoyo.
Nunca he silbado al Granca y nunca lo haré. Me da igual lo rematadamente mal que lo hagan, pueden generarme indiferencia, pero sé que nuestro papel es siempre el de apoyar y no el de atacar. Más cuando las derrotas no vienen por apatía o desgana, que es lo único inaceptable.
Estoy muy apenado por la afición del Valencia. Los jugadores naranjas sólo podrán decir que el público es soberano, pero yo, que ni me va ni me viene, digo que es muy decepcionante un comportamiento así. Espero que el Gran Canaria Arena jamás caiga en eso.
Mañana, pase lo que pase, debemos aplaudir por igual a nuestro equipo. Da igual si pasamos o no, lo realmente importante es que este grupo nos ha llevado hasta aquí, nos ha dado una final de Copa. Tenemos que recordarles lo que es la afición del Granca, que celebra el esfuerzo de su equipo tanto como los títulos.