A los periodistas deportivos les encanta adjetivar los sucesos del día a día del deporte como “históricos” y por ello, a poco que puedan, lo hacen. Cualquier título que se logre se convierte en “histórico” sin importar si el equipo campeón lo gana cada año o cada dos años o si ya lleva un chorromil de títulos. Lo importante es vender ese acontecimiento como algo trascendente y digno de rememorar en el futuro. Curiosamente, dentro de su perversa lógica, en pocos días pasaran a actuar como si nada hubiera pasado pues, al final, solo lo nuevo y futuro resulta rentable. Como historiador, francamente, la alegría con la que usan en deporte este término me da urticaria.
Suelto todo este preámbulo presuntuoso para justificar el post, téngame usted un poco más de paciencia de la que ya suelo necesitar, sea tan amable.
En mi disciplina, que goza de tanto prestigio y reconocimiento económico en estos días, hablamos de sucesos históricos en el sentido de “reseñables” cuando algún tipo de proceso social, económico, etc. crea un cambio de tendencia en el devenir histórico. Hablando en cristiano, un acontecimiento que cambia, más o menos, el modo o el fondo en el que ocurrían las cosas anteriormente.
Vayamos a lo del baloncesto… que ya canso. Así como continuamente se habla de histórico con cada acontecimiento anual en la prensa deportiva de forma inapropiada, cuando hablamos de los “junior de oro” o la “generación de oro” del baloncesto español, si que debemos hablar de una generación histórica en cuanto al deporte en España se refiere: un auténtico cambio en el devenir de los acontecimientos, dejando de ser los “pupas”, los “casi pero no”.
Esa generación, que se dio a conocer en aquel Mundial junior de hace ya un porrón de años (1999), y otros cuantos que no estaban en ese equipo cambiaron, sin duda alguna, el baloncesto español en el siglo XXI respecto a finales del XX. No sólo pasaríamos a ser favoritos perpetuos en todas las competiciones a las que fueran, tras ser campeones del mundo absolutos, sino que además el tabú de la NBA volaría por los aires con un montón de “emigrados” como Raül López, Jorge Garbajosa, Rudy Fernández, José Manuel Calderón, Sergio Rodríguez, Ricky Rubio, Juan Carlos Navarro y, por supuesto, dos estrellas en la NBA como son Marc y Pau Gasol.
En el plano personal, esta selección no sólo ha sido una recolección de medallas suficientes como para montar su propia joyería, sino que ha supuesto un auténtico lujo para el seguidor de baloncesto en España. Un lujo que, como tantos otros, por la costumbre de contar con él, le hemos perdido el valor de tenerlo y olvidado la diferencia de cuando no lo teníamos.
Cada verano tenemos la oportunidad de sentarnos y disfrutar, emocionándonos con la posibilidad real de ganar, además, con el añadido de haber probado muy a menudo el regusto de quedarnos a las puertas. Y no ganar de cualquier modo, lo han hecho con buena actitud, con estilo propio y juego en conjunto además de con talentazos imparables como la “bomba” al cual decimos “adiós” mañana.
Con la marcha segura de Navarro y, antes o después, la de otros tan o más importantes, junto al rollo que se ha sacado de la manga la FIBA (las famosas ventanas), es probable que más pronto que tarde hayamos dicho adiós a toda esta generación. Pronto los cuchillos afilados de los que comen a base de sacar polémicas irreales y absurdas empezarán a sangrar al grupo. Ya algunos tachan de fracaso caer en semifinales ante una Eslovenia que ha hecho un gran campeonato y que, por si fuera poco, nos pasó por encima con un partidazo increíble desde el exterior (más de 60% en triples).
Aún seguimos siendo unos afortunados. Esta generación se va, pero como digo, son una generación histórica porque puso los fundamentos para que generaciones sucesivas alcanzaran cuotas antes impensables de talento. Ya no solo la inmediatamente posterior de Rudy o Sergi Llull, sino también el aún muy joven Rubio y los aún muy verdes de los Hernángomez, Sastre, Oriola o Vives. Todos unos talentos que sólo necesitan de un líder nato como lo fue en su día Pau y que, probablemente, sea sustituido por su hermano durante unos años.
Por eso, cuando mañana veamos esa final por el bronce, partido descafeinado sin duda, pero importante pues hablamos de que nuestra selección logre otra medalla, quien sabe, si la última con el núcleo duro de este grupo. Disfrutemos, recordemos el lujo que estamos disfrutando y cuidemos a los que vienen.
Y es que cuando veo a esta selección jugar, a este equipo, no puedo evitar acordarme de ese lema de la NBA que realmente se tiene que aplicar a todo este deporte… I love this game.