Como ya hemos escrito anteriormente en este blog la falta de competición real en la ACB es uno de sus principales males. Dos, o como mucho, de forma excepcional, tres equipos aspiran a los títulos y que uno de ellos gane dos o incluso los tres que se disputan, a nivel doméstico, es como una norma esculpida en piedra.
Estos días estamos viviendo un Eurobasket que está siendo todo lo contrario. Una competición en la que no menos de seis selecciones pueden, de forma creíble, aspirar a todo. Para algunas mentes cerradas y poco dadas a la sutileza, esto denota un bajo nivel baloncestista pero, dicha afirmación no se sostiene tras un somero estudio de los jugadores que forman los equipos participantes.
La verdad es que, aunque la idiosincrasia propia de una competición de selecciones no propicie un juego brillante en lo coral, no son pocas las demostraciones en la cancha de estrellas del firmamento NBA y FIBA: Parker, Batun, Spanulis, el difícilmente pronunciable y nunca exento de polémica por la discrepancia entre las letra que lo conforman y la fonética incongruente que resulta Antetokumpo (Antetocubo o algo similar) o nuestro baluarte de Sant Boi.
Repasando los nombres de todas las selecciones podríamos formar más de una plantilla competitiva en la NBA. Incluso, si fueran de la conferencia Este, con aspiraciones. Pero lo verdaderamente notable es que se mantiene la esencia del deporte: la igualdad.
Suspense en cada choque. Esa bendita incertidumbre que hace que cuando te enfrentas a un rival presumiblemente inferior (como por ejemplo Italia) te puedan mojar la oreja si fallas en los ajustes defensivos o si, lo que es aún mejor y menos manejables, alguno de estos esplendidos jugadores tiene el día tonto y le da por meter todo lo que tira. En un momento dado, en un partido aislado un equipo muy inferior puede ganarle a otro claramente mejor. Son pocas las ocasiones en el que el ganador de un trofeo resulta una verdadera y objetiva incógnita. Disfrutémoslo.