Juguetes rotos

Los duros días que está pasando Lamar Odom, uno de los jugadores con más clase que hayan pisado una cancha de baloncesto, viene a recordarnos que en no pocas ocasiones, aquellos que destacan en el mundo del deporte no saben sacar rentabilidad más allá de lo económico a sus carreras, arruinando cada una de las demás facetas de su vida.  De hecho incluso el disponer de una cantidad ingente de dinero sólo les procura un más rápido hundimiento es sus vicios y debilidades, sin que ningún allegado legitimo o interesado pueda o quiera ayudarlo a salir de un pozo cada vez más profundo y oscuro.

No necesitamos citar ejemplos para entender la cantidad de deportistas de élite afectados por los estragos de sus éxitos, no todos ellos con la notoriedad de Odom y sus excesos. Ver a futbolistas de vasta carrera malviviendo con empleos mundanos, como cualquier hijo de vecino, cuando han dispuesto de cuentas corrientes mareantes, con toda seguridad está relacionado con el tipo de vida y costumbres que podían sostener con el beneplácito que reservamos para los niños mimados de nuestra sociedad, conducta solo afeada una vez dejan de valer para nuestro entretenimiento semanal.

En el caso del baloncesto, en España ocurre menos pero solo por la menor dimensión de este deporte en nuestro país.  Si trasladamos el ejemplo a los Estados Unidos el problema se agrava considerablemente. La precaria situación social en los ambientes en los que suele criarse una gran parte de la sociedad negra norteamericana, hace que no dispongan de una base ni económica ni educativa que los prepare mínimamente para desenvolverse en un mundo híper profesional como es el deporte de élite.

Realmente poner solución a un problema con tantas aristas ni es fácil ni se encuentra en el estricto ámbito del deporte, pero lo que sí está a nuestro alcance es comprender que, esas estrellas, esas personas a las que vemos desde una distancia que puede hacernos creer que viven en un paraíso terrenal o ser tan afortunadas como creemos y que el hecho de que ganen mucho dinero no debería anestesiar nuestra empatía.

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