La pasada semana, escuchando el fantástico programa que hacen los chicos de «Tirando a Fallar», disfruté de los recuerdos que me iniciaron en esta bendita afición a la que llamamos baloncesto. Esas horas manoseando la revista Gigantes, escudriñando estadísticas, fotos, releyendo artículos una y otra vez. Esas otras horas, interminables, esperando la retransmisión del partido que tanto tiempo llevaba esperando o viendo cuándo el Claret (ahora Gran Canaria), jugaba en casa para subirme a Tamaraceite un par de horas antes del partido y ver a los jugadores de ambos equipos llegar, entre los muchos limpia coches y matadillos, que pululaban por el lugar —ciertamente alguno de ellos, los matadillos, quiero decir, han prosperado increíblemente—. No les pedía autógrafos, menos les pedía una foto; eran demasiado caras para un adolescente ochentero, me conformaba con un saludo furtivo de Willie Jones, Pera Vila, Berdi Pérez o cualquier otro de mis ídolos, locales o foráneos.
El programa con los habituales e ilustres invitados inducía a la evocación romántica, a la nostalgia, pero, y ahora viene el zasca, al autoengaño segador de la memoria. Oyéndolos parecía que el baloncesto vivió en un paraíso ideal en los ochenta, nada menos cierto. A poco que hagamos un poco de memoria y apliquemos un mínimo de pensamiento crítico resolveremos, al menos yo lo hago así, que en la mayoría de los casos el baloncesto actual ha mejorado notablemente.
En aquel baloncesto, como en el actual ,la competición real de la liga no existía. Se limitaba a dos equipos y sólo a veces, de forma muy excepcional, un tercero que procedía a ser convenientemente desmantelado a golpe de seudo realismo económico. En aquel baloncesto el jugador nacido en España era muy mayoritario (sólo dos extranjeros) pero, sin embargo, la calidad de éstos, de forma cuantitativa y cualitativa era claramente inferior a la actual. Cinco o seis grandes jugadores, otra docena de jugadores aceptables y un enorme bajón. La falta de competencia no promueve que los jugadores nacionales mejoren, si no que jueguen los que no lo harían si no fuera por un condicionante reglamentario (véase las ligas más restrictivas y compárese con los resultados del baloncesto español de selecciones en cualquier categoría; en deporte ,la competencia contra más feroz mejor funciona). En aquel baloncesto había carrusel radiofónico, es cierto, pero si no eras del Madrid o Barça mejor que no contaras con ver a tu equipo por la tele de forma continuada, y si lo veías alguna vez, mejor que supieras que iba a ser tratado como los «otros» durante toda la retransmisión. En aquel baloncesto los pabellones no estaban tan ocupados, eran más pequeños, eso sí, pero iban menos espectadores. Esto no es opinable, no dispongo de datos concretos, pero si alguien puede enseñar números de asistencia media, me gustaría verlos. En Gran Canaria el pabellón de Tamaraceite metía muy poca gente, luego en el CID, aunque caben algo más de cinco mil almas, rara vez se llenaba hasta bien entrado el actual siglo y por lo que recuerdo, en el resto de ciudades, incluídas la de los equipos futboleros, pasaba más o menos lo mismo.
En definitiva, la nostalgia es bonita pero poco realista. Por lo general y pese a lo que pudiera hacernos creer la memoria, cualquier tiempo pasado fue PEOR y salvo excepción, las cosas tienden a la mejorar. Al menos, en deportes; la política, aquí ni mentarla. Así y todo, gracias de nuevo a uno de mis adorados podcast por, como en el cine, las series o las novelas, hacerme soñar con un mundo pasado, tan bonito como poco real.