El otro día, andaba escuchando un podcast de basket en el que comentaban, de manera informal, la etapa de Xavi Pascual en el Barça. Se aportaron diversos argumentos, en diferente grado de intensidad, pero me llamó la atención una sentencia de un prestigioso periodista de baloncesto: «esto va de ganar». Es inapelable, sin duda, pero encierra un transfondo maléfico. ¿Hasta que punto es ése el fin único en un proyecto deportivo?, ¿Cuál es el límite…, el reglamento?, ¿Hay alguna clase de barrera ética? ¿La hay estética? En el fútbol argentino este debate lo protagonizaron los entrenadores Menotti y Bilardo, antagonistas en el deporte y en la sociedad. Dos modos y formas de afrontar un juego pero también la vida.
En lo puramente deportivo tendríamos que elegir a qué renunciaríamos en pos de unos resultados. El juego divertido y bonito suele ser la primera víctima y no siempre asegura el fin ansiado. Luego, lo que algunos llaman picardía o «ser listo», que se acerca peligrosamente a las trampas, o, al menos, a tratar de estirar el reglamento y la buena fe de los árbitros, por ese supuesto, bien prioritario, —o único, según algunos—, de ganar. En tercer lugar, ya encontramos directamente el juego sucio, el que pone en riesgo al rival en faltas duras e innecesarias, el que pretende intimidar con estas mismas seudo-agresiones, para lograr la victoria.
Ir fuerte a un tapón es una cosa, meter los pies bajo el rival, arriesgando su integridad, es otra. Ser agresivo puede estar bien, pero no dar codazos indiscriminados, como acostumbra Dwight Howard. Es inaceptable fingir faltas (flopear) como acostumbran Rudy o Navarro, (entre otros) pero cuando la NBA legisla en contra y coloquialmente, se le da tu nombre, es motivo para cuanto menos, recapacitar. Tener carácter no sólo está bien, es imprescindible, pero vivir en la bronca constante y en el enfrentamiento innecesario, como acostumbra Nocioni, no trae nada bueno al juego.
Todas estas cosas pueden parecer menores dado que, al fin y al cabo, el baloncesto no deja de ser un juego, sin más trascendencia. El problema, es que es fácil dejarse llevar y trasladarlo al resto de las cosas que hacemos en sociedad. Trampear, faltar el respeto a nuestros conciudadanos, ponerlos en peligro conduciendo, o en cualquier actividad de riesgo, mentir para alcanzar objetivos menores, etc. Lo peor es que mientras nos comportamos así podemos, sin ruborizarnos ni un poco, despotricar, sobre la corrupción y los «chorizos» de los políticos. No como nosotros. Que somos listos, que la vida es de los listos. Que esto va de ganar, y no me refiero al baloncesto.