Estábamos acabando el verano de 2002, o mejor dicho, empezando el otoño[i] de ese año. Era mi segunda temporada en lo que llamaban “equipo de logística de márquetin” que era una forma muy florida de referirse al grupo de chavales que poníamos la publicidad en el CID, hacíamos de mopa durante los partidos y, en general, éramos los Umpa-Lumpa de los que llevaban por aquel tiempo márquetin y comunicación.
Ese verano, tras un muy mal año, con mil cambios en la plantilla y escapando del descenso por tres victorias, el que, para mí, en aquel momento, había sido el entrenador del Granca desde el principio de los tiempos, Manolo Hussein[ii], dejó el club y había llegado un nuevo entrenador.
Recuero como antes del partido de la Copa Toyota, el torneo de pretemporada, estaba tumbado en el suelo pegando una publicidad al parqué cuando un compañero, no muy metido en el mundillo del baloncesto, me pregunta por “el nuevo”. Le comento que era un entrenador que tenía fama de ser duro, pero con bastantes éxitos con equipos “pequeños” como una Korac con el Juventud y que venia del Tenerife CB[iii] tras una muy buena temporada. En ese mismo momento se nos acerca un señor con traje, corbata y cara muy seria. Se queda mirando lo que hacíamos y se va, mi compañero me pregunta “¿Quién era ese?” y contesto “Pedro Martínez, el nuevo entrenador”.
Los recuerdos de ese año fueron muy buenos, no sólo por bestias como Bud Eley o cracks como Larry Lewis o por los impresionantes resultados[iv] si no por la enorme impronta que tuvo ese nuevo entrenador en el equipo. Aún recuerdo como si fuera ayer como un querido Jason Klein, que tenía tan buen tiro como poquísima sangre, daba un respingo enorme en uno de los primeros partidos tras un grito de Pedro ante su pasividad característica[v]… No me reí ni nada.
Tres años en una primera etapa y, tras el paso del también querido Salva Maldonado, otros cinco años casi siempre gloriosos, llegando a nuestros topes permanentemente y estrujando plantillas cada vez hechas con menos recursos. Fue con él con quien nos hicimos “fijos” en Copa y Play Off, con quien empezamos a codearnos con los “grandes” pese a tener presupuestos bastante menos abultados, era con él con quien los rivales buscaban escusas tan peregrinas como la cercanía de la piscina del CID para justificar como caían en nuestra casa. No es, ni mucho menos, un entrenador más en nuestra historia. Fue él quien nos dijo “dormir poco y soñar mucho”.
Por todo esto, permítanme que le dedique este post. Ha sido campeón de liga, y no con un equipo de fútbol que puede permitirse invertir en el decimotercer jugador más que nosotros en nuestra estrella. Lo ha sido con el Valencia, que no siendo un equipo “pobre” precisamente, debía ganar ni más ni menos que al Barcelona, al Baskonia y al Madrid en el Play Off, el camino más difícil posible a priori. Lo ha hecho haciendo de jugadores que empezaron como “clase media” y terminaran como “grandes estrellas”. Lo ha hecho como hacía aquí, como hizo salvando a un Manresa de ínfimo presupuesto.
Y yo me alegro, y aunque sea injusto, disfruto un poco como si la victoria fuera nuestra, porque la ha logrado uno de los nuestros. Alguien que tendremos siempre como “del Granca” junto a otros nombres como Savané, Moran, Stewart, Berni Hernández, Roberto Guerra, Báez, Newley…
Hace tres años una brava decisión nos quitó a nuestro entrenador por motivos caprichosos y porque el cacique decidió que “PODEMOS” mejorar. Pero Pedro, le guste a él o no[vi], nunca dejará del todo de ser del Granca y, por tanto, lo que gane por esos mundos del basket, lo celebraremos como un poco “nuestro”.
¡Enhorabuena Pedro! ¡Vaya dos añazos te has pegado¡ y gracias, gracias por todos los años que nos dedicaste aquí en Gran Canaria. Estoy deseando enterarme de en que equipo estarás el próximo año y que pronto vuelvas a llevar las riendas del Gran Canaria del que nunca debiste salir.