En esta época del año, el mundo del baloncesto se mueve en torno a nuevos proyectos de plantilla, club, planificación, campeonato de selección… vamos, en torno al futuro que se nos viene encima. Ahora mismo, en algún lugar, en algún momento, habrá alguien (probablemente de escasa de edad, aunque vete tú a saber) apunto de enamorarse del básquet y aún no lo sabe.
Quizás esté en algún campus veraniego, cuando le pique el bicho. Tal vez, viendo a la selección española en el próximo Europeo. A lo mejor, jugando en un parque cercano, donde ha visto que han instalado una portería un tanto extraña, muy alta y con forma de aro y que un amigo sostiene una enorme pelota de peculiar color, a la que le prohíbe dar patadas, mientras afirma ser un señor con nombre de comida india (se la dieron a probar sus tíos los estrafalarios y asegura que pica bastante). A lo mejor, podría pasar, al ir a ver puntualmente, un partido de pretemporada y se sorprendiera, por cómo se mueven esa gente tan alta y desproporcionada. No importa como ocurra, pero cuando esto suceda y así se será, alguien debería estar preparado para sumarlo a las filas de los fieles, porque seremos pocos, pero aguerridos.
Aquí no sobra nadie, hace falta aficionados que den sentido al baloncesto; no de esos estacionales, que ven sólo finales y comentan lo «la mala bestia» que es ese LeBrón.
La crisis a la que se aboca el básquet es considerable y solo se combate sumando gente, jugando más, subiendo audiencias. Es así de prosaico y de real.
Digo que no sobra nadie y me rectifico a mí mismo (merecido me lo tengo por impresentable). Sobran los enfadicas. Esos seres extraños que sólo se sienten confortables en el insulto, en el enfado, que miran de reojo al de al lado deseándoles todas clases de males, que defienden el «lo importante es ganar, a cualquier precio» como si sólo dependiera de ellos. Esos, esos sobran en el baloncesto. Que se vuelvan a su espacio natural.
Porque debemos aprovechar, ahora, con la calma veraniega para recordar que esto es para disfrutar, pasarlo lo mejor posible, que lo «otro» viene solo.