Últimamente, cuando los General Manager de las franquicias NBA se enfrentan al dilema de elegir jugadores para construir un futuro próspero, tienden más a pensar en el potencial supuesto de un jugador que en lo que pueda ofrecer ya. Es decir, mejor comprar bajo plano que comprar para entrar a vivir ya.

Esto me lleva a reflexionar: cuándo es una apuesta razonable, confiar en lo que será o no, y en qué te puedes basar para dictar dicha presunción.

Hace pocas fechas Kevin Durant pronosticó que, de continuar su actual progresión, Antetokounmpo podría llegar a ser el mejor jugador de la historia del baloncesto -manos a la cabeza ante el atrevimiento-. Pero el potencial de un 211 cm, con la velocidad de LeBron, la envergadura de un pívot dominante, capaz de cruzar la cancha botando a toda marcha, mejorando a semanas vista sus fundamentos técnicos, con sólo el triple como asignatura pendiente y con apenas 20 años… pues claro, puede llegar a ser el mejor de la historia o no.

Porque las expectativas son eso, expectativas, y se pueden ir a lugares escatológicos de formas muy diferentes e impredecibles.

Luka Dončić es otra de estas estrellas sin aparente límite en el crecimiento personal. A día de hoy, ya domina el baloncesto del viejo continente con dieciocho años. Hace más que cualquiera de sus predecesores a su edad. Ni Petrović, ni Sabonis, nadie dominaba así siendo tan joven. Pero para qué sirve semejante cosa, para nada. Las cosas que pueden salir mal son numerosas y están permanentemente agazapadas a la espera del descuido más inofensivo. No te puedes relajar, no cuenta nada de lo que ya hiciste, no puedes dar nada por sentado, lo que aprendiste sólo sirve como apoyo en el siguiente escalón. En la mayoría de las ocasiones, los jugadores futuribles se dan un batacazo, o por lo menos, se quedan cortos en sus perspectivas de desarrollo, pero cuando sale bien… la historia cambia, la leyenda nace y el baloncesto escribe un nuevo capítulo.