Cuando las cosas no van bien, van mal o, simplemente, los resultados son irregulares, las alarmas saltan en casa del inquieto. Los aficionados más agonías se ponen de los nervios al verse, ya, con la temporada perdida. Y reclaman sangre, sacrificios al Dios del Resultadismo Inmediato. Muchos son los aspirantes a tales males, pero sólo uno el verdadero elegido por las masas enfervorecidas de fans para su baño de sanadora sangre: el entrenador.
Se olvida, estas buenas gentes, de tres factores que los descabalga de la razón, en la que ellos se ven incomprensiblemente aupados.
1º El entrador sabe más
Ese señor aparentemente atolondrado, sabe un motón de baloncesto. Desde luego, más que nosotros, unos meros aficionados, y cuando nosotros vemos algo que falla, el lleva ya un rato largo viéndolo. De verdad que se da cuenta, que no está haciendo crucigramas… Además, hay otros dos entrenadores, que también saben mucho más que nosotros, que se fijan mucho también, por si acaso.
2º El entrenador tiene más datos
Sí por cosas de la vida el aficionado criticón fuera, que te digo yo, Gregg Popovich, y supiera aún más que el coach titular, no sería consciente de esas pequeñas incidencias del día a día. Molestias físicas, calidad de entrenos, medios de carga, etc. Eso puede hacer que un cambio cantado no se produzca cuando parecía idóneo, y que otro, aparentemente extraño tenga sentido. Esto ocurre porque, el que toma las decisiones, puede predecir lo que pasará en los siguientes minutos, cuándo no incluso, en los siguientes partidos.
3º El entrenador quiere ganar aún más que nosotros
Ese señor de corbata vive de esto, le van las lentejas en ello. A nosotros un resultado no nos cambia la vida, ni la cuenta corriente, ni la nómina. A él sí, y se preocupa de que todo vaya lo mejor posible.
El problema es que el deporte no deja de ser un juego, hay un oponente. Igual lo hace mejor un día o es simplemente mejor. No hay que ser agonías, sino confiar en los profesionales y tratar de disfrutar. Esto, en el fondo, es para eso.