Una de las polémicas de este pre-inicio de temporada está siendo el número de nacidos en España (no sé si se cuentan también a los nacionalizados) en relación a los no nacidos aquí. Más allá de cualquier matiz, está claro, es un grave problema para el futuro incluso inmediato del baloncesto patrio. La cuestión clave es ¿por qué ocurre esto?
El análisis que salta primero es, como suele ocurrir, el más simplista: los equipos apuestan por profesionales nacidos fuera. Sobre esta explicación caben decir varias cosas, la primera ya la comentamos en un post pasado (y sé que estoy muy solo en esta visión) y es que nos permitimos en el deporte una concepción discriminatoria que en otros ámbitos no sería aceptada socialmente. Los trabajadores son todos iguales con los mismos derechos y obligaciones, hayan nacido en Móstoles, La Isleta o Queens, por lo tanto ¿y qué si considero mejor profesional a Michael Smith antes que a Miguel García? El problema, no obstante, va mucho más allá.
El baloncesto como deporte no puede crecer en nuestro país si las expectativas profesionales están vetadas. Es algo bastante lógico. La razón de ser de las canteras no es, o al menos no debería ser, una especie de “granja” de posibles profesionales de la canasta, sino un lugar donde “enamorarse” de este deporte, educar en valores de trabajo en equipo, sacrificio, organización, disciplina, etc. Pero todos queremos ver a los equipos de ACB compitiendo y dando espectáculo, y es esta razón de ser la que financia el resto (al menos así debería ser).
El verdadero problema está en nuestra estructura como liga. Apostar por un jugador novato y joven, de tu cantera en detrimento de un tal vez igual de novato pero con claras aptitudes físicas o de talento, supone un riesgo competitivo. En una liga caracterizada, ante todo, por el desequilibrio financiero y, por ende, competitivo, correr riesgos puede costar extremadamente caro.
¿Se imaginan que varapalo hubiese supuesto para el Estudiantes no poder disputar la ACB este año como se merecían en lo deportivo? En parte, ese resultado deportivo se explica por su jovencísima e inexperta plantilla el año anterior. Traslademos esa situación a los equipos más débiles económicamente de nuestra liga: Juventut, Manresa… el propio GBC. Es casi seguro el desastre financiero. El propio Granca, un descenso… ¿y cómo manejaríamos esa situación institucional y financiera? Por lo tanto, podemos concluir que ser competitivos es una prioridad para cualquier club por razón de pura supervivencia.
Además ¿hasta qué punto es rentable invertir en cantera? El desequilibrio económico no solo se traduce en las canchas de ACB, sino también en las canteras. Barcelona y Madrid fichan a niños de otras canteras que despuntan, llevándose los posibles beneficios de su éxito en el caso de llegar. El caso de Juancho Hernan Gómez roza casi lo épico, de la cantera del Estu hasta la NBA sin pasar por ningún otro escalón. Normalmente, para gran disgusto de los “dementes”, la marcha de sus jóvenes promesas al Madrid (u otros) es cosa tristemente habitual.
¿Se puede pretender así que esto crezca?
La muy preocupante realidad es que, como consecuencia de la absurda política de la ACB, la FIBA y la ULEB, la falta de equidad deportiva y competitiva causada por la suicida concepción económica del baloncesto, no sólo puede llevar a que desaparezcan muchos equipos por ser inviables (en LEB o incluso en ACB) sino a la destrucción del tejido entre cantera y élite. Peligro del que, antes o después, nos terminaremos lamentando por el menos importante de los argumentos, que serán los fracasos de la selección.